Con todos los ingredientes de una secuela innecesaria de estos tiempos: una forzada entrada de actores previos para apelar a la nostalgia, dosis de diversidad (con las liturgias variadas de distintas religiones) y repetición de escenas o situaciones ya vistas, tenemos una película que se hace pesada y la poca tensión generada se acaba dinamitando en el no-exorcismo de la parte final.
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